La predicción del futuro ya no es motivo exclusivamente de
celebración sino que, lamentablemente, también emerge como una amenaza
puntual para el bienestar de la
sociedad contemporánea.
sociedad contemporánea.
Desde hace tiempo sabemos que en la
actualidad generamos, cada uno de nosotros, una cantidad inimaginable de
información. Prácticamente cada acción que llevamos a cabo queda
registrada –ya sea en nuestra computadora, nuestro teléfono móvil, las
bases de datos de las tarjetas bancarias, etc–. A través del diseño de
algoritmos que permitan procesar eficazmente esta data, se pueden
determinar con tenebrosa precisión, patrones de comportamiento, inercias
conductuales, gustos, relaciones sociales, e incluso las futuras
acciones de una persona.
Desafortunadamente los primeros en
acceder a dichos algoritmos son gobiernos y corporaciones que aprovechan
las mieles del análisis de información para alimentar sus respectivas
agendas. Sin embargo, desde una perspectiva neutral, debemos aceptar que
el fenómeno en sí es completamente fascinante. La posibilidad de
completar, a partir de un ensamble de porciones de data, una secuencia
de sucesos, incluyendo aquellos que aún no suceden, materializa en
cierta medida un añejo sueño de la humanidad: predecir el futuro.
Recientemente The Economist publicó un artículo
donde se menciona el trabajo del físico Chaoming Song, autor de un
modelo matemático que predice tu ubicación futura a partir de la
actividad que realizas en tu teléfono móvil y tu actividad en la Red. El
trabajo de este investigador de la Universidad del Noreste, en Boston,
parte de la ciencia exacta para explicar dinámicas socioculturales, y en
este caso su esfuerzo le ha llevado a diseñar este algoritmo que
raramente baja de un increíble promedio de 80% de efectividad –el
experimento incluyó cincuenta mil casos–. El modelo de Song lleva a cabo
una integración matemática de la actividad en-línea que realiza una
persona a través de su móvil y predice, con un 93% de precisión, en que
sitio se encuentra esta –mismo ejercicio que permitiría determinar su
próxima ubicación–.
Mapear la movilidad futura de una
sociedad a partir de su actividad digital representa solo una
manifestación más de lo que la algoritmización de la realidad
contemporánea puede proveer. El análisis matemático de la social data
podría pronto resultar en una habilidad predictiva que evidentemente,
como mencionamos antes, denota un doble filo. Por ejemplo, hace casi dos
años reseñábamos los servicios de una oscura agencia, cuyo principal
inversionista es la CIA, dedicada al pronóstico futurista a través del
análisis noticioso, Recorded Future. Por otro lado tenemos compañías que, como los mayores depositarios de data social que existen, y me refiero particularmente a Google
y Facebook, aprovechan la velocidad de sus algoritmos para procesar
información, ante la ‘lentitud’ de nuestras mentes, para explotar sus
servicios publicitarios. Además, analizando los bits de
comportamiento que les entregamos de forma gratuita y en muchos casos
inconsciente a estas compañías, agencias de investigación comercial que
adquieren de ellos estas bases de datos pueden predecir futuros patrones
de consumo.
Resulta curioso como la potencial
consumación de esa épica misión humana por predecir el futuro debe hoy
considerarse más como un peligro que como una razón para celebrar. El
logro es ciertamente estimulante, pero no deja de ser perturbador el
hecho de que lo más probable es que, al menos en un principio, esta
tecnología ‘pisco-social’ vaya a reforzar intereses que poco tienen que
ver con un bienestar compartido. Pero en todo caso, y más allá de
lamentarnos, parece que es buen momento para imaginar posibles usos
benéficos alrededor de estos hasta ahora amenazantes algoritmos. Y
mientras esto último ocurre, al menos creo que debiésemos ocuparnos en
entender cómo funciona este nuevo tablero de juego y, sobretodo, hacer
consciente lo que sucede detrás de los sexy gadgets que acompañan
nuestra vida cotidiana.
Twitter del autor: @paradoxeparadis / Javier Barros del Villar
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