jueves, 9 de febrero de 2012

(continuacion)

2. Proclama sobre la paz del Vaticano II



TODOS ESTAMOS LLAMADOS A SER HERMANOS
 
De nuevo, nos vamos a encontrar con una de la más duras experiencias de nuestra vida y, acaso, se pongan a prueba nuestras convicciones y nuestras reservas de esperanza. ¿Será preciso pensar que una nueva guerra se va a hacer posible porque en la vida cotidiana de estos últimos decenios hemos ido erosionando las bases de una convivencia ética, alimentada del respeto, de la justicia y del amor a las personas y los pueblos?
Sea como sea, y consciente de que la indignación y el dolor se nos convierte en impotencia, no podemos dejar de sintonizar con el clamor de esa conciencia universal que, desgarradoramente, aún siendo contundentemente mayoritaria, va a sentirse humillada por la imposición de un poder endiosado. Y, tratándose de un clamor universal, en que lo cristiano va inextricablemente unido con lo humano, vuelvo a recordar entre utópico y decepcionado, la proclama que el concilio Vaticano II lanzó sobre la paz, hace ya más de i 50 años, con el trasfondo rojinegro, de una guerra que sembró tristeza, ruina y llanto en el mundo.
 
PROCLAMA POR LA PAZ DEL VATICANO II 

(Me limito a indicar que los párrafos siguientes son una transcripción casi literal del documento Gaudium et Spes, Nº 77 al 93, siendo más de mi cosecha el ordenamiento dado).
Los cristianos, al anunciar que "son bienaventurados los que construyen la paz” conectan con los anhelos más profundos de la humanidad. La familia humana es cada vez más consciente de su unidad y está convencida de que un mundo más humano será imposible sin una conversión de todos a la verdad de la paz.
La humanidad debe liberarse de la antigua esclavitud de la guerra
La crueldad de la guerra reviste hoy tal magnitud en sus avances y refinamientos tecnocientíficos que pueden llevar a los que luchan a una barbarie sin precedentes y a cometer delitos y determinaciones verdaderamente horribles. Por parte de no pocos responsables de la vida política, se parte del supuesto de que la acumulación de armas es necesaria para aterrar a los adversarios y se está acrecentando "la plaga de la carrera de armamentos, las más grave de la humanidad y que perjudica a los pobres de una manera intolerable. Al gastar inmensas cantidades en tener siempre a punto nuevas armas, no se pueden remediar tantas miserias del mundo entero. En vez de restañar verdadera y radicalmente las disensiones entre las naciones, otras zonas del mundo quedan afectadas por ellas. El mantenimiento de la antigua esclavitud de la guerra es un escándalo”.

La verdadera naturaleza de la paz 

"La paz, que nace del amor al prójimo, es fruto de la justicia, requiere respeto a los demás hombres y pueblos y exige un ejercicio apasionado de la fraternidad.
La paz surge de la mutua confianza de los pueblos y no del terror impuesto por las armas. La paz exige de todos ampliar la mente más allá de las fronteras de la propia nación, renunciar al egoísmo nacional y a la ambición de dominar a otras naciones, alimentar un profundo respeto por toda la humanidad”.
Los gobernantes trabajarán en vano por la paz mientras no pongan todo su empeño en erradicar "los sentimientos de hostilidad, de menosprecio y de desconfianza, los odios raciales y las ideologías obstinadas, que dividen a los hombres y los enfrentan entre sí”.
Educadores y responsables de la opinión pública "tienen como gravísima obligación formar las mentes de todos en nuevos sentimientos pacíficos”. Es un deber de todos el proceder a un cambio de los corazones, que nos haga fijar los ojos en el orbe entero.

Los caminos de la paz 

Para edificar la paz se requiere ante todo que se desarraiguen las causas de las discordias entre los hombres, que son las que alimentan las guerras.
- Deben desaparecer las injusticias, que brotan en gran parte de las excesivas desigualdades económicas y el deseo de dominio y del desprecio por las personas.
- "No hay que obedecer las órdenes que mandan actos que se oponen deliberadamente al derecho natural de gentes y sus principios, pues son criminales y la obediencia ciega no puede excusar a quienes las acatan. Entre estos actos hay que enumerar ante todo aquellos con los que metódicamente se extermina a todo un pueblo, raza o minoría étnica: hay que condenar tales actos como crímenes horrendos. Los Estados pueden invocar el derecho a la legítima defensa cuando es de justicia, tras haber agotado todos los otros medios, pero una cosa es utilizar la fuerza militar para defenderse con justicia y otra muy distinta querer someter a otra naciones. La potencia bélica no legitima cualquier uso militar o político de ella”.
- La cooperación internacional en el orden económico exige acabar con una serie de dependencias inadmisibles, introducir cambios en las estructuras actuales del comercio mundial, regular las relaciones económicas según justicia, conseguir que estas relaciones atiendan al bien de los más pobres hasta lograr ellos mismos el desarrollo de su propia economía, acabar con las pretensiones de lucro excesivo, las ambiciones nacionalistas, el afán de dominación política, los cálculos de carácter militarista y las maquinaciones para difundir e imponer las ideologías.

Otro mundo con paz es posible

Debemos procurar, por tanto, con todas nuestras fuerzas preparar una época en que, por acuerdo de las naciones, pueda ser absolutamente prohibida cualquier guerra.
Esto requiere el establecimiento de una autoridad pública universal reconocida por todos, con poder eficaz para garantizar la seguridad, el cumplimiento de la justicia y el respeto de los derechos.
Todos necesitamos convertirnos con espíritu renovado a la verdad de la paz. Jesús de Nazaret, al hacer del amor universal la clave de su vida, luchó por la unidad de todos los hombres, dio muerte al odio, sobrepasó todo particularismo y acabó con toda discriminación.
Los cristianos, conscientes de que los pobres hacen las veces de Cristo, cooperen de corazón en la cooperación del orden internacional con la observancia auténtica de las libertades y la amistosa fraternidad de todos. "Que no sirva de escándalo a la humanidad el que algunos países, generalmente los que tiene una población cristiana sensiblemente mayoritaria, disfrutan de la opulencia, mientras otros se ven privados de lo necesario para la vida y viven atormentados por el hambre, las enfermedades y toda clase de miserias”.
El respeto de la dignidad humana, el ejercicio de la fraternidad universal, la convocación de todos a una convivencia en la justicia, la libertad, el diálogo y la cooperación, brota en nosotros como un imperativo del amor, que nos remite a Dios como principio y fín de todos. Y todos, en consecuencia, estamos llamados a ser hermanos.

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3. DECALOGO DE LA P A Z

1. Todas las personas tienen
La misma dignidad y los mismos derechos.
2. Todo hombre es fundamentalmente bueno.
3. La vida es amor y solidaridad
y no egoísmo y competencia
4. Sin justicia no hay paz.
5. No odiar nunca ni impulsar campaña
anti-nadie. No consentir nada
que discrimine o degrade al hombre.
6. Luchar por la justicia exige
hacer propia la causa de los más pobres.
7. Lo que no es bueno para todos,
no puede serlo para unos pocos.
La humanidad es una y se hace tal
por su constitutiva genética de fraternidad.
8. Las razas, las religiones, las lenguas,
las culturas y las patrias son relativas.
Lo absoluto es el amor a toda persona:
el no querer el mal para nadie,
el no explotar a nadie,
el no discriminar a nadie
el no humillar a nadie,
el no engañar a nadie.
9. La igualdad entre los pueblos se basa
en el principio de un mismo rango y
dignidad de todos,
en programar y resolver juntos
las necesidades básicas de todos,
en respetar el Derecho Internacional
y solucionar los conflictos
con la razón y no con las armas.
10. El progreso, que no es progreso de todos,
no es progreso.

Benjamín Forcano

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4.COMPROMISOS POR LA PAZ ENTRE LAS PERSONAS Y LOS PUEBLOS - ASIS -2012

1.Nos comprometemos a proclamar nuestra firme convicción de que la violencia y el terrorismo se oponen al auténtico espíritu religioso, condenando todo recurso a la violencia.
2.Nos comprometemos a educar las personas en el respeto y la estima recíprocos, a fin de que se llegue a una convivencia pacífica y solidaria entre los miembros de etnias, culturas y religiones diversas.
3.Nos comprometemos a promover la cultura del diálogo, para que aumenten la comprensión, y la confianza recíprocas entre las personas y entre los pueblos, pues estas son las condiciones de una paz auténtica.
4.Nos comprometemos a defender el derecho de toda persona humana a vivir una existencia digna según su identidad cultural y a formar libremente su familia.
5.Nos comprometemos a dialogar con sinceridad y paciencia, sin considerar lo que nos diferencia como un muro insuperable, sino, al contrario, reconociendo que la confrontación con la diversidad de los demás puede convertirse en ocasión de mayor comprensión recíproca.
6.Nos comprometemos a perdonarnos mutuamente los errores y los prejuicios del pasado y del presente, y a sostenernos en el esfuerzo común por vencer el egoísmo y el abuso, el odio y la violencia, y por aprender del pasado que la paz sin justicia no es verdadera paz.
7.Nos comprometemos a estar del lado de quienes sufren la miseria y el abandono, convirtiéndonos en voz de quienes no tienen voz y trabajando concretamente para superar esas situaciones, con la convicción de que nadie puede ser feliz solo.
8.Nos comprometemos a hacer nuestro el grito de quienes no se resignan a la violencia y al mal, y queremos contribuir con todas nuestras fuerzas a dar a la humanidad de nuestro tiempo una esperanza real de justicia y de paz.
9.Nos comprometemos a apoyar cualquier iniciativa que promueva la amistad entre los pueblos,, convencido9s de que el progreso tecnológico, cuando falta un entendimiento sólido entre los pueblos, expone al mundo a riesgos crecientes de destrucción y de muerte.
10.Nos comprometemos a solicitar a los responsables de las naciones que hagan todo lo posible para que, tanto en el ámbito nacional como en el internacional, se construya y se consolide un mundo de solidaridad y de paz fundado en la justicia.

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5. DOS TEXTOS SIGNIFICATIVOS SOBRE LA GUERRA

1.Albert Einstein

-¿Hay algún camino para evitar a la humanidad los estragos de la guerra?
1.El logro de seguridad internacional implica la renuncia incondicional, en una cierta medida, de todas las naciones a su libertad de acción, vale decir, a su soberanía, y está claro fuera de toda duda que ningún otro camino puede conducir a esa seguridad.
2.Factores que impiden este logro.
El afán de poder caracteriza a la clase gobernante de todas las naciones y es hostil a cualquier limitación de la soberanía nacional. Ese hambre de poder político suele medrar gracias a las actividades de otro grupo guiado por aspiraciones puramente mercenarias, económicas. Pienso especialmente en ese pequeño pero resuelto grupo, activo en toda nación, compuesto de individuos que, indiferentes a las consideraciones y moderaciones sociales, ven en la guerra, en la fabricación y venta de armamentos, nada más que una ocasión para favorecer sus intereses particulares y extender su autoridad personal.
3.¿Cómo esta pequeña camarilla somete al servicio de sus ambiciones la voluntad de la mayoría, para la cual el estado de guerra representa pérdidas y sufrimientos? Las respuestas es que esta minoría, la clase dominante hoy, tiene bajo su influencia las escuelas y la prensa, y por lo general también la Iglesia. Esto les permite organizar y gobernar las emociones de las masas, y convertirlas en su instrumento.
4.Estos procedimientos logran despertar este salvaje entusiasmo por la guerra porque el hombre tiene dentro de sí un apetito de odio y destrucción. ¿Se puede controlar este apetito y ponerlo a salvo de la psicosis del odio y la destructividad?

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1.S. Freud

1.La violencia se puede doblegar transfiriendo el poder a una unidad superior que se mantiene cohesionada por ligazones de sentimiento entre sus miembros, ya que las leyes son hechas por los dominadores y para ellos y son escasos los derechos concedidos a los sometidos.
2.Una prevención segura de las guerras sólo es posible si los hombres acuerdan la institución de una violencia central encargada de entender en todos los conflictos de intereses. Las Naciones Unidas sirven parta esto, pero no tienen el poder propio para hacer cumplir sus decisiones.
3.Cuando los hombres son exhortados a la guerra, puede que en ellos responda afirmativamente a ese llamado toda una serie de motivos, nobles y vulgares, unos de los que se habla en voz alta y otros que se callan. Entre ellos se cuenta el placer de agredir y destruir... El ser vivo preserva su propia vida destruyendo la ajena. No se trata, pues, de eliminar por completo la inclinación de los hombres a agredir, pero sí de desviarla lo bastante para que no deba encontrar su expresión en la guerra. Para combatir el desborde al pulsión de destrucción hay que apelar a su pulsión contraria: el Eros.
4.Todo cuanto establezca ligazones de sentimiento entre los hombre no podrá menos que ejercer un efecto contrario a la guerra. El psicoanálisis no tiene motivo para avergonzarse por hablar aquí de amor, pues la religión dice lo propio: "Ama a tu prójimo como a ti mismo”.
5.Los súbditos constituyen la inmensa mayoría, carecen de pensamiento autónomo y necesitan de una autoridad que tome por ellos unas decisiones que las más de las veces acatarán incondicionalmente. Los abusos de los poderes del Estado y la prohibición de pensar decretada por la Iglesia no favorecen una generación con pensamiento propio. ¿Por qué nos sublevamos contra la guerra? Porque todo hombre tiene derecho a su propia vida, porque la guerra aniquila promisorias vidas humanas, pone al individuo en situaciones indignas, lo compele a matar a otros, cosa que él no quiere, destruyen preciosos valores materiales, productos del trabajo humano, y tantas cosas más. La guerra contradice de la manera más flagrante las actitudes psíquicas que nos impone el proceso cultural, y por eso nos vemos precisados a sublevarnos contra ella, lisa y llanamente no la soportamos más. La nuestra no es una repulsa intelectual y afectiva: es en nosotros, los pacifistas, una intolerancia inconstitucional.

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