NUEVOS Y SORPRENDENTES HALLAZGOS EN EL ENORME Y FAMOSO ASTEROIDE
¿El planeta Vesta?
Las cosas ya no son tan simples en el Sistema Solar.
Y aquel cuadro familiar que aprendimos hace apenas quince o veinte años
parece, al menos, incompleto. A fuerza de nuevos instrumentos, nuevas
observaciones y nuevos descubrimientos, las tradicionales etiquetas de
la astronomía se están poniendo cada vez más amarillas. Y se caen a
pedazos. Cambia, todo cambia. Y la ciencia es justamente eso: saber
cambiar a tiempo ante la contundencia de las evidencias. O, simplemente,
ser justos con la naturaleza.
Por Mariano Ribas
Ya no
hay simplemente planetas, lunas, cometas y asteroides. Ahora hay
“planetas terrestres”, “gigantes de gas”, “gigantes de hielo”, y
“planetas enanos”. Hay “lunetas” de apenas unos kilómetros, hay otras
medianas, pero también hay lunas de “escala planetaria” (y hasta con
atmósferas incluidas). Hay cometas convencionales, pero hay otros
gigantescos. O que están “dormidos”. O ya casi secos, y más que cometas,
parecen asteroides. Y hay asteroides convencionales, otros son
“potencialmente peligrosos” (porque cruzan o rozan la órbita terrestre),
o bien tienen rasgos cometarios. Pero también, hay asteroides que no
sólo son mucho más grandes que los demás, sino que también son muchos
mas complejos que sus compañeros de tribu: desde julio del año pasado,
la sonda espacial Dawn (“Amanecer”), de la NASA, está orbitando a Vesta,
un asteroide gigante, evolucionado y geológicamente “diferenciado”,
que, justamente por todo eso, parece pedir a gritos un cambio de
categoría.
VESTA A LA VISTA
La sonda espacial Dawn partió de la Tierra en septiembre de 2007. Y
tras casi cuatro años de largo viaje (en trayectoria en espiral y hacia
“afuera”), se adentró en el “Cinturón de Asteroides”, aquel monumental
anillo formado por millones de requechos interplanetarios
rocoso-metálicos, que deambulan entre las órbitas de Marte y Júpiter.
Una suerte de frontera natural que divide en dos a la comarca
planetaria: hacia adentro, están los mundos de roca y metal. Y hacia
afuera, los gigantes de gas y hielo. A todas luces, el “Cinturón de
Asteroides” es una zona de transición, tan inmensa como compleja. Más
del 99 por ciento de sus integrantes ni siquiera llega a los 100
kilómetros de diámetro. Pero hay un puñado que claramente se destaca
sobre la pesada manada, especialmente Ceres, el más grande de todos:
mide casi 1000 kilómetros de diámetro y su forma es aceptablemente
esférica. No por casualidad, desde hace unos años, ha sido
recategorizado como “planeta enano” (una categoría que comparte, entre
otros, con Plutón). Y no por casualidad, Ceres será el próximo objetivo
de la misión Dawn, en 2015.
Pero volvamos al presente. Volvamos a Vesta: hace seis meses (el
pasado 16 de julio), la nave de la NASA –equipada con un novedoso motor
de iones– llegó a su primer destino, y se dejó atrapar por la gravedad
de esta roca espacial de 530 kilómetros. Y allí está, desde entonces,
dando vueltas alrededor de Vesta, escrutando su superficie con una
batería de sofisticadas cámaras e instrumentos. Y los resultados son por
demás sorprendentes...
IMAGENES PARA EL ASOMBRO
Más allá de los estudios físicos, gravimétricos, y térmicos, lo más
llamativo de este mundo recién revelado (hasta hace poco no era más que
un punto en los telescopios convencionales, y apenas algo más en las
imágenes del Hubble) es la gran riqueza y complejidad de relieve. Con un
solo golpe de vista ya se nota un marcado contraste entre sus dos
hemisferios: el Norte tiene una de las superficies más accidentadas y
cratereadas de todo el Sistema Solar, mientras que el Sur es mucho más
suave. Y eso sólo para empezar. “Las imágenes de Vesta superaron
nuestros sueños más osados, y confirman que no es una simple bola de
roca: estamos viendo enormes montañas, valles, colinas, acantilados,
depresiones, y cráteres de todos los tamaños”, dice el geofísico
Christopher Russell (Universidad de California, Los Angeles), principal
investigador de la misión Dawn. Y agrega: “Vesta muestra señales de todo
lo que sufrió su superficie a lo largo de 4500 millones de años de
colisiones, y también parece preservar evidencias de lo que pudieron ser
procesos internos”. Y justamente, esos posibles procesos internos de
Vesta, y sus consecuencias más o menos visibles, parecen ser los de
mayor peso a la hora de reconsiderar a este ciudadano ilustre del
“Cinturón de Asteroides”.
UN MUNDO GEOLOGICAMENTE “DIFERENCIADO”
A diferencia de la Tierra, Marte, Venus y Mercurio, Vesta (y también
Ceres) no llegó a desarrollarse del todo. Quedó como una suerte de
mundo embrionario. Y esencialmente, eso fue por culpa de Júpiter, que
con sus poderosos y continuos tironeos gravitatorios, entorpeció el
mecanismo de acreción dentro del “Cinturón de Asteroides”. Los ladrillos
nunca llegaron a formar una sola casa más grande. Aún así, Vesta
alcanzó un tamaño bastante respetable (ver recuadro). Y además, comparte
ciertos rasgos con sus hermanos mayores, los “planetas terrestres”:
además de tener un cuerpo rocoso-metálico, parece estar geológicamente
“diferenciado”. Es decir, tendría una estructura bien definida: un
núcleo metálico, un manto rocoso, y una corteza basáltica, resultado de
fuertes erupciones volcánicas que bañaron su superficie. Y para eso,
debió haber pasado por una primera etapa de calentamiento extremo y
fusión de sus materiales. “Creemos que en sus inicios, el Sistema Solar
recibió grandes dosis de metales radiactivos provenientes de una
explosión de supernova cercana, y esos materiales, que se incorporaron a
objetos en formación, como Vesta, fueron liberando mucho calor en sus
interiores”, dice Russell. Con esa poderosa fuente de calor interna, los
materiales primigenios de Vesta se fundieron y se fueron acomodando:
los más pesados (como el hierro y otros metales) se “hundieron” y
formaron el núcleo; y los más livianos, “flotaron” formando volcanes y
flujos de lava basáltica.
El basalto (que dicho sea de paso es el tipo de roca más común de la
propia corteza terrestre) es clave en toda esta historia: de hecho, los
primeros indicios de que este súper asteroide podía ser un cuerpo
geológicamente diferenciado provienen de observaciones telescópicas, de
comienzos de los años ’70. Por entonces, se detectó la huella espectral
del basalto en la luz solar que Vesta reflejaba. Y si había basalto,
significaba que alguna vez esta gigantesca roca espacial había estado
fundida. Las observaciones recientes de Dawn confirman aquellas
observaciones, y refuerzan todo el modelo de la diferenciación: “las
llanuras de Vesta son de lava basáltica, enfriada y solidificada, que
fluyó hacia la superficie –dice Russell– y pensamos que allí hubo
antiquísimos volcanes, aunque aún los estamos buscando”.
“EL MAS PEQUEÑO DE LOS PLANETAS TERRESTRES”
Hasta ahora, oficialmente, Vesta es un “asteroide” o un “planeta
menor”. Pero eso no nos dice nada en especial sobre este objeto, porque
esa misma etiqueta también la llevan puesta más de medio millón de
objetos de segunda línea del Sistema Solar (aquellos con órbitas bien
establecidas, porque son muchos más). Objetos que en su inmensa mayoría,
son como piojos a su lado. Y que no son más que un rejunte de cascotes
débilmente unidos por su gravedad. Vesta no sólo es mucho más grande,
sino que, como ya se dijo, tiene una estructura diferenciada. Una
evolución geológica. E incluso, hasta una forma pasablemente redondeada,
porque ha sido medianamente moldeado por su respetable gravedad. Hay
astrónomos que prefieren llamarlo “protoplaneta”. O “mundo embrionario”.
Pero ¿qué opinan los científicos que más y mejor lo están
estudiando, con la ayuda de la sonda Dawn? Russell y su equipo se la
juegan. Y se animan a llamarlo, directamente, “el más pequeño de los
planetas terrestres”. O por lo menos, esperan que pronto sea subido a la
categoría de “planeta enano”, como Ceres, su hermano mayor en el
“Cinturón de Asteroides”. O el mismísimo Plutón, allí en los helados
arrabales del Sistema Solar. “Esto lo definirá la Unión Astronómica
Internacional –dice el científico– pero al menos en lo que a su interior
respecta, Vesta tiene todo lo necesario para ser un planeta.”
En julio de este año, la nave de la NASA encenderá su motor de
iones, se alejará de Vesta, e iniciará un largo periplo hasta su parada
final: en febrero de 2015 llegará a Ceres. Quizás por entonces, la
crisis de identidad de Vesta ya esté resuelta.
Vesta: perfil de un super asteroide
Diámetro: 530 km.Distancia media al Sol: 353 millones de km.
Período orbital: 3,6 años
Rotación: 5,34 horas
Densidad: 3,8 g/cm3
Gravedad superficial: 2,5% de la terrestre
Temperatura media: -90C aprox.
Vesta fue descubierto en 1807 por el alemán Heinrich W. Olbers, médico y astrónomo aficionado. Lleva el nombre de la diosa romana del hogar. Luego de Ceres, es el objeto más grande y masivo del “Cinturón de Asteroides” (cabeza a cabeza con Pallas). Y el más brillante de todos: en ciertos casos llega a verse a simple vista. Hasta hace muy poco tiempo, poco y nada se supo de esta enorme roca espacial. Los únicos datos más o menos confiables provenían de la observación de su movimiento orbital, de los análisis espectroscópicos de la luz que refleja del Sol (es inusualmente brillante en comparación a los demás asteroides), y de sus sutiles efectos gravitatorios sobre otros asteroides. Gracias a las toscas fotografías tomadas por el Telescopio Espacial Hubble en la última década, se sabía que su silueta era pasablemente redondeada, como si fuera una pelota algo aplastada. Y que su hemisferio sur está dominado por un impresionante cráter de unos 450 kilómetros de diámetro (casi tanto como el propio asteroide). Esa inmensa fosa (que tiene un pico central de 13 mil metros de altura) es la huella de una terrible colisión –con otro asteroide– que Vesta sufrió en algún momento remoto de su historia. Un impacto que debe haberle arrancado pedazos enteros de su corteza rocosa, lanzándolos al espacio. Todo indica que los llamados “Vestoides” son una familia de asteroiditos “hijos” de aquel catastrófico evento. A la luz de los recientes resultados de la misión Dawn, resulta por demás evidente que Vesta no sólo es grande: es un objeto complejo y evolucionado. Está geológicamente “diferenciado”. Y todo eso lo pone varios escalones por encima de casi todos sus demás compañeros del “Cinturón de Asteroides”, que, según los modelos actuales, no son más que simples “pilas de cascotes”.
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