ARQUETIPOS CELESTES DE LOS TERRITORIOS, DE LOS
TEMPLOS Y DE LAS CIUDADES
TEMPLOS Y DE LAS CIUDADES
Según las creencias mesopotámicas, el Tigris tiene su modelo en la
estrella Anunit, y el Eufrates en la estrella de la Golondrina.(2) Un texto
súmero habla de la “morada de las formas de los dioses”, donde se
hallan “(la divinidad) de los rebaños y las de los cereales”.(3) Para los
pueblos altaicos, asimismo, las montañas tienen un prototipo ideal en el
cielo.(4) Los nombres de los lugares y de los nomos egipcios se daban según
los “campos” celestes: empezaban por conocer los “campos celestes”, y
luego los identificaban en la geografía terrestre.(5)
En la cosmología irania de tradición zervanita, “cada fenómeno
terrestre, ya abstracto, ya concreto, corresponde a un término celestial,
trascendental, invisible, una ‘idea’ en el sentido platónico. Cada cosa,
cada noción, se presenta en un doble aspecto: el de menok y el de getik.
Hay un cielo visible.(6) Nuestra tierra corresponde a una tierra celestial.
Cada virtud practicada aquí abajo, en el getah, posee una contrapartida...
El año, la plegaria..., en fin, todo lo que se manifiesta en el getah, es al
mismo tiempo menok. La creación es simplemente desdoblada.
Desde el punto de vista cosmogónico, el estadio cósmico calificado de menok es
anterior al estadio getik.”(7)
En particular, el templo —lugar sagrado por excelencia— tenía un
prototipo celeste. En el monte Sinaí, Jehová muestra a Moisés la “forma”
del santuario que deberá construirle: “Y me harán un santuario, y
moraré en medio de ellos: conforme en todo al diseño del tabernáculo
que te mostraré, y de todas las vasijas para su servicio...”(8) “Mira y hazlo
según el modelo que te ha sido mostrado en el monte.”(9) Y cuando David
entrega a su hijo Salomón el plano de los edificios del templo, del
tabernáculo y de todos los utensilios, le asegura que “todas estas cosas
me vinieron a mí escritas de la mano del Señor, para que entendiese
todas las obras del diseño”.(10) Por consiguiente, vio el modelo celestial.
El más antiguo documento referente al arquetipo de un santuario es
la inscripción de Gudea relacionada con el templo levantado por él en
Lagash. El Rey ve en sueños a la diosa Nidaba que le muestra un panel
en el cual se mencionan las estrellas benéficas, y a un dios que le revela el
plano del templo.” También las ciudades tienen su prototipo divino.
Todas las ciudades babilónicas tenían sus arquetipos en constelaciones:
Sippar, en el Cáncer; Nínive, en la Osa Mayor; Azur, en Arturo,
etcétera.(12) Senaquerib manda edificar Nínive según el “proyecto
establecido desde tiempos remotos en la configuración del cielo”. No
sólo hay un modelo que precede a la arquitectura terrestre, sino que
además éste se halla en una “región” ideal (celeste) de la eternidad. Es lo
que proclama Salomón: “Y dijiste que yo edificaría un templo en tu santo
monte y un altar en la ciudad de tu morada, a semejanza de tu santo
tabernáculo, que tú preparaste desde el principio”.(13)
Una Jerusalén celestial fue creada por Dios antes que la ciudad de
Jerusalén fuese construida por mano del hombre: a ella se refiere el
profeta, en el libro de Baruch, II, 42, 2-7: “¿Crees tú que ésa es la ciudad
de la cual yo dije: ‘Te he edificado en la palma de mis manos’? La
construcción que actualmente se halla en medio de vosotros no es la que
se reveló en Mí, la que estaba lista ya en el momento en que decidí crear
el Paraíso y que mostré a Adán antes de su pecado...”(14) La Jerusalén
celeste enardeció la inspiración de todos los profetas hebreos: Tobías,
xiii, 16: Isaías LIX, 11 y siguientes: Ezequiel, LX, etcétera. Para mostrarle la
ciudad de Jerusalén, Dios transporta a Ezequiel en una visión extática, y
lo lleva a una montaña muy elevada (LX, 6 y siguientes).
Y los Oráculos Sibilinos conservan el recuerdo de la Nueva Jerusalén,
en el centro de la cual resplandece “un templo con una torre gigante que toca las nubes y
todos la ven”.15 Pero la más hermosa descripción de la Jerusalén celestial
se halla en el Apocalipsis (xxi, 2 y siguientes):
“Y yo, Juan, vi la ciudad santa, la Jerusalén nueva, que de parte de Dios descendía del cielo, y
estaba aderezada como una novia ataviada para su esposo”.
Volvemos a encontrar la misma teoría en la India: todas las ciudades
reales hindúes, aun las modernas, están construidas según el modelo
mítico de la ciudad celestial en que habitaba en la Edad de Oro (in illo
tempore) el Soberano Universal. Y, como éste, el rey se esfuerza por hacer
revivir la Edad de Oro, por hacer actual un reino perfecto, idea que
volveremos a encontrar en el curso del presente estudio. Así, por
ejemplo, el palacio fortaleza de Sihagiri, en Ceilán, está edificado según
el modelo de la ciudad celeste de Alakamanda, y es “de muy difícil
acceso para los seres humanos”.(16) Asimismo, la ciudad ideal de Platón
tiene también un arquetipo celeste.(17) Las “formas” platónicas no son
astrales; pero la región mítica de ésta se coloca, sin embargo, en planos
supraterrestres.(18) Así, pues, el mundo que nos rodea, en el cual sentimos
la presencia y la obra del hombre —las montañas a que éste trepa, las
regiones pobladas y cultivadas, los ríos navegables, las ciudades, los
santuarios—, tiene un arquetipo extraterrestre, concebido, ya como un
“plano”, ya como una “forma”, ya pura y simplemente en un nivel
cósmico superior. Pero todo en el “mundo que nos rodea” no tiene un
prototipo de esa especie. Por ejemplo, las regiones desiertas habitadas
por monstruos, los territorios incultos, los mares desconocidos donde
ningún navegante osó aventurarse, etcétera, no comparten con la ciudad
de Babilonia o el nomo egipcio el privilegio de un prototipo diferenciado.
Corresponden a un modelo mítico, pero de otra naturaleza: todas esas
regiones salvajes, incultas, etcétera, están asimiladas al Caos: participan
todavía de la modalidad indiferenciada, informe, de antes de la
Creación. Por eso, cuando se toma posesión de un territorio así, es decir,
cuando se lo empieza a explotar, se realizan ritos que repiten simbólicamente
el acto de la Creación’, la zona inculta es primeramente “cosmizada”, luego
habitada. Pronto volveremos sobre el sentido de los ceremoniales de
toma de posesión de las regiones de reciente descubrimiento. Por el
momento, lo que queremos subrayar es que el mundo que nos rodea,
civilizado por la mano del hombre, no adquiere más validez que la que
debe al prototipo extraterrestre que le sirvió de modelo. El hombre
construye según un arquetipo. No sólo su ciudad o su templo tienen
modelos celestes, sino que así ocurre con toda la región en que mora, con
los ríos que la riegan, los campos que le procuran su alimento, etcétera.
El mapa de Babilonia muestra la ciudad en el centro de un vasto
territorio circular orillado por el río Amargo, exactamente como los
súmeros se representaban el Paraíso.(19) Esa participación de las culturas
urbanas en un modelo arquetípico es lo que les confiere su realidad y su
validez.
El establecimiento en una región nueva, desconocida e inculta,
equivale a un acto de creación. Cuando los colonos escandinavos
tomaron posesión de Islandia, landnáma, y la rozaron, no consideraron
ese acto ni como una obra original, ni como un trabajo humano y
profano. La empresa era para ellos la repetición de un acto primordial: la
transformación del caos en Cosmos por el acto divino de la Creación. Al
trabajar la tierra desierta repetían de hecho el acto de los dioses, que
organizaban el caos dándole formas y normas.(20) Aun más: una conquista
territorial sólo se convierte en real después del (más exactamente: por el)
ritual de toma de posesión, el cual no es sino una copia del acto
primordial de la Creación del Mundo. En la India védica, se tomaba
legalmente posesión de un territorio mediante la erección de un altar
dedicado a Agni.(21) “Se dice que se han instalado (avasyatí) cuando han
construido un gar-hapatya, y todos los que construyen el altar del fuego
se han establecido (avasitáh).(22) Pero la erección de un altar dedicado a
Agni no es más que la imitación microcósmica de la Creación. Además,
un sacrificio cualquiera es, a su vez, la repetición del acto de la Creación,
como nos lo afirman explícitamente los textos hindúes.(23) Los
“conquistadores” españoles y portugueses tomaban posesión, en nombre
de Jesucristo, de las islas y de los continentes que descubrían y
conquistaban. La instalación de la Cruz equivalía a una “justificación” y
a la “consagración” de la religión, a un “nuevo nacimiento”, repitiendo
así el bautismo (acto de creación). A su vez, los navegantes británicos
tomaban posesión de las regiones conquistadas en nombre del rey de
Inglaterra, nuevo Cosmocrátor.
La importancia de los ceremoniales védicos, escandinavos o
romanos, se nos presentará más claramente cuando examinemos por sí
mismo el sentido de la repetición de la Creación, acto divino por
excelencia. Por el momento, retengamos sólo un hecho: todo territorio
que se ocupa con el fin de habilitarlo o de utilizarlo como “espacio vital”
es previamente transformado de “caos” en “cosmos”; es decir, que, por
efecto del ritual, se le confiere una “forma” que lo convierte en real.
Evidentemente, la realidad se manifiesta, para la mentalidad arcaica,
como fuerza, eficacia y duración. Por ese hecho, lo real por excelencia es
lo sagrado; pues sólo lo sagrado es de un modo absoluto, obra
eficazmente, crea y hace durar las cosas. Los innumerables actos de
consagración —de los espacios, de los objetos, de los hombres, etcétera—
revelan la obsesión de lo real, la sed del primitivo por el ser.
MIRCEA ELIADE
EL MITO DEL ETERNO RETORNO
ARQUETIPOS Y REPETICIÓN
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