martes, 8 de noviembre de 2011

La teología de la liberación 40 años después. Entrevista con Pablo Bonavía



En 2011 se cumplen 40 años de la publicación del libro de Gustavo Gutiérrez “Teología de la Liberación. Perspectivas”. Una buena ocasión para preguntarnos por la historia de esta manera de hacer teología, por la novedad que ella representó y por los desafíos que hoy se le presentan. De todo esto conversamos con el sacerdote Pablo Bonavía, actual párroco de la Cruz de Carrasco.
¿Cómo nace la Teología de la Liberación?
Podemos poner un horizonte largo. En el mes de diciembre próximo se cumplen 500 años del famoso sermón de Antonio Montesinos. El 21 de diciembre de 1511, cuarto domingo de adviento, en la entonces Isla La Española (hoy República Dominicana), por primera vez se encara a los conquistadores desde la perspectiva de los indígenas que están siendo expoliados y humillados, a quienes les están robando todo, la riqueza, la cultura, la identidad.
En 1492 se produce el así llamado descubrimiento de América Latina.
Diecinueve años, luego de haber conversado con la Comunidad, se le solicita a Antonio Montesinos que realice una expresión de rechazo, de protesta, a la forma en que  los conquistadores trataban a los indígenas en nombre de la fe. Esto se verá reflejado en el sermón de la celebración en la que se encontraba presente el hijo de Colón (en ese momento almirante a cargo de la flota).
Cuando hablamos de teología de la liberación (TL) nos referimos en primera instancia a un fenómeno bastante acotado que nace a fines de la década del 60, a principio de la década del 70. Fenómeno  que tiene lugares, fechas y acontecimientos hasta nuestros días. Pero siempre la TL se entendió a sí misma como parte de una corriente de vida y de estilo de vida cristiano que en nuestro continente arranca con fecha 21 de diciembre de 1511.
Hay algunos acontecimientos en la década del 60 y 70 que le dan forma, nombre a esta teología ¿cuáles son esos acontecimientos?
Gustavo Gutiérrez, en torno a 1968, es el primero en darle forma epistemológica propia a la TL. De hecho lo que hay de trasfondo de esa teología es una experiencia de compromiso de muchos cristianos en lo social, lo político, lo cultural, para quienes el formato (no tanto el contenido) en el que habían recibido e intentaban compartir sus condiciones de fe, aparecía muy deudor de una mentalidad colonialista, conquistadora, ilustrada, que justamente es lo que esta teología empieza a revertir. Hay un momento, hacia fines de la década del 60, en que si bien hay una gran efervescencia en cuanto a expectativas de cambio social, de hecho los cristianos no tenían un pensamiento que les permitiera insertarse creativamente. Tenían principios, tenían una doctrina social de la iglesia, tenían teologías así llamadas progresistas post-concilio, pero ninguna de ellas era capaz de tener una inserción creativa en la búsqueda de alternativas y de procesos de cambio.
Lo que hace esta teología de Gustavo Gutiérrez es una algo bien importante: cambia la pregunta a la que la teología quiere responder. Después del Concilio la gran pregunta que las teologías progresistas europeas, muy buenas, muy profundas y muy valiosas, se hacían es: cómo seguir siendo cristiano en un mundo moderno, racional, democrático, posmístico, adulto. Hay toda una reflexión de largo aliento que busca actualizar la fe a lo que son los requisitos del mundo moderno, una fe que venía siendo vivida, celebrada y reflexionada, con categorías prácticamente pre-modernas. Pero esa manera de entender las cosas era comprensible en una Europa muy moderna que había pasado por la revolución industrial, la revolución francesa, que tenía una infraestructura económica y política como para grandes cambios. Pero eso en América Latina no ayudaba mucho.
La pregunta que descubre Gustavo Gutiérrez y que es la que le va a dar originalidad e identidad a la TL no es tanto cómo mantener la fe cristiana en un mundo adulto, sino cómo poder predicar a Dios, que es Padre, en un mundo que es sistemáticamente excluyente e injusto. La pregunta no es tanto cómo mantener la fe, sino que la fe que vale la pena mantener es aquella que nos permite, en fidelidad al Evangelio ser capaces de generar cambios radicales en la sociedad. No es que se ponga al mundo moderno como modelo y la fe cristiana tratando de adaptarse, sino que es otro tema. El referente de las teologías progresistas europeas es el hombre racional, adulto, moderno. El referente de la TL es el pobre, el excluido, el discriminado...
Número 7 - Por Magdalena Martínez 10/2011
Obsur. Carta Digital

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